Tengo que admitir que tras ser despedido tuve una sensación rara.
Por una parte sentí alivio de haber sido despedido aunque sintiera coraje de no haber tenido el valor de haber sido yo el que tomara la decisión de irme si no estaba satisfecho con mi día a día.
Por otro lado, sentí pánico. ¿Qué iba a hacer ahora? Tenía 3 opciones: buscarme un trabajo aleatorio en el que aceptaran cualquier tipo rama de ingeniería, irme al extranjero a buscar trabajo de lo mío o montar algo por mi cuenta.
Irme al extranjero no era viable en ese momento para mi. La idea de ir a vivir fuera unos años me gustaba pero no la de tener que quedarme alli toda la vida y si en el sector todo seguía así… ¿Quién me garantizaba que volvería?
Montar algo por mi cuenta era atractivo (si te iba bien) pero, ¿que iba a montar yo? Había estudiado un MBA pero ahí no te enseñaban cómo emprender.
Por lo que eché algunos CVs y a los pocos días me llamaron para una entrevista en una consultora tecnológica en Madrid. Por un momento me ilusioné pero antes de que llegara la fecha de la entrevista me eché para atrás. No quería volver a estar en una oficina metido 8 horas o más y sin la seguridad de que mi esfuerzo se recompensaría y no me volverían a despedir y encontrarme en la misma situación.
Decidí que si no emprendía ahora y me la jugaba, ¿cuando lo iba a hacer? ¿Con 50 años?
Decidí tirarme a la piscina y sin ningún conocimiento de lo que es trabajar por cuenta ajena, me puse a buscar clientes para seguir haciendo lo que hasta ahora había hecho: colaborar en la realización de proyectos de ingeniería civil.
Buscar clientes era algo complicado, cuando conseguía alguno no era algo recurrente y no conseguía tener proyectos todos los meses, y los meses de verano era un parón total.